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Poncho de verano: manos hechas de poesía para contarnos el pasado que vuelve

  • Foto del escritor: Patricia Slukich
    Patricia Slukich
  • 3 dic 2024
  • 6 Min. de lectura

Tradición es una palabra traicionera porque alberga muchos modos de comprenderla, y todas son ideológicas. La definición estricta dice que es el "conjunto de costumbres, ritos, creencias y prácticas que se transmiten de generación en generación, y que son compartidas por un grupo de personas". La trampa es el modo en que se entiende esa transmisión.


Hay quienes afirman que lo tradicional es aquello institucionalizado, que permanece rígidamente establecido a través del tiempo, inmutable. De este concepto nacen los nacionalismos que excluyen toda posibilidad de transformación de la sociedad (y de los sujetos que la integran). Un cánon cultural que reprime a quienes no calzan en él y que apela a lo que Ricardo Carpani llama "sentimiento nacional" como elemento de dominación. Hay ejemplos en las expresiones artísticas de esta idea de lo tradicional en lo musical, teatral o pictórico. Para eso, nosotros tenemos a nuestra Vendimia.



Pero la tradición puede también convertirse en motor de desarrollo, construcción identitaria y cultural viva, siempre en progreso y transformación; para dar espacio al surgimiento del pensamiento autonómo, el sentimiento de pertenencia a una patria de carácter inclusivo. En este sentido, "Héctor Agosti se preguntaba qué fuerzas ideológicas, qué interpretaciones históricas impedían una cabal comprensión acerca de nuestra identidad colectiva y por lo tanto obturaban la conformación y desarrollo de esa nueva cultura. Su respuesta fue que quienes fermentaron y cumplieron ese papel fueron tanto el nacionalismo como el liberalismo", afirma Julio Bulacio en su artículo titulado "Héctor P. Agosti: en busca de la cultura nacional y popular", y publicado en la revista Jacobin.


¿Por qué establecer estas distinciones respecto al concepto de "tradición" para hablar de una obra de teatro que se ha estrenado en Mendoza? Por que en la estupenda poética escénica y narrativa de esa pieza se agitan estos planteos y quedan latiendo para que el espectador los tome y analice.


Vamos entonces a los datos concretos.


Este 2024 la cartelera teatral, que no se ha caracterizado por ser pródiga en apuntes notables, estrenó una obra que merece el análisis, la reflexión y el resalto. Se llama "Poncho de verano", está dirigida por Guillermo Troncoso, escrita por Sonnia de Monte (a partir del clásico de Roberto Payró), interpretada por Álvaro Maíz Moles, Antón Deputat y Lucas Segreti: con la música en vivo de Darío Soler.


La puesta tiene méritos por dónde se la mire: en su planteo formal, de contenido, de apuntes escénicos, de elecciones expresivas, de concepciones en el dispositivo escénico, de interpretación de los actores/manipuladores de títeres, de la selección musical para la banda sonora.


Cuando Roberto Payró escribió "Poncho de verano", un cuento que publicó por primera vez la editorial Losada en 1938, todavía se agitaba en el país la idea del teatro de los Podestá; contemporáneos al escritor. Es que Payró había nacido en 1867 y esa publicación póstuma (murió en 1928) respondía a nutrir nuestra "argentinidad" de las anécdotas ligadas al gaucho y sus desventuras.


La compañía de los hermanos Podestá instaló en la Argentina un nuevo modelo de actor nacional (a las técnicas circenses les surmaron recursos como el canto, la guitarra y el baile). Por primera vez presentaron en un escenario la pantomima en el estreno de "Juan Moreira", de 1884 y, luego, en su versión teatral de 1886, aportaron a la creación de personajes caricaturescos que calzaban a la perfección en géneros como la gauchesca, el sainete, el grotesco y el vodevil. Allí se originó la tradición del actor cómico popular que contó con nombres como el de Florencio Parravicini, Olinda Bozán, Enrique Muiño; y posteriormente Luis Sandrini, Tita Merello, Pepe Arias; entre más.



Las temáticas de las obras, en aquel entonces, encarnaban la idea del "gaucho". "Toda identidad necesita símbolos para afirmarse y las comunidades nacionales los han producido generosamente en todas partes -refiere Ezequiel Adamovsky en su libro "El gaucho indómito"- (...) También son determinados tipos sociales los que encarnan el núcleo humano que supuestamente dio origen a la nación, según las narrativas que cada una elija. (...) En la Argentina, la figura del gaucho concentra todos esos atributos. Conforma el núcleo humano del que supuestamente surgió la nación. Además representa los valores de la libertad, la nobleza de espíritu y el coraje".


Ese "gaucho" al que refiere Adamovsky es el que llevaban a escena los hermanos Podestá y el que dibujó Roberto Payró en tinta y papel para su cuento "Poncho de verano". Un gaucho, pícaro, libre, conocedor de su condición y de la de los poderosos: al estilo de Fierro.


El gran primer logro de esta puesta mendocina, en 2024, de "Poncho de verano" es la reactualización del texto que hace Sonnia de Monte con su dramaturgia para llegar a estos planteos iniciales sobre el gaucho y su estatus simbólico: deja la esencia de la tradición, pero la impregna de contemporaneidad. No es solo esta idea de que los clásicos siempre son actuales, sino que allí está la sutil escritura de la dramaturga para entregarnos una trama, unos sucesos y unas intertextualidades que dialogan a la perfección con este tercer milenio.


La trama se desarrolla en el pueblo de Pago Chico, donde una serie de robos de hacienda y cuatrerías han generado un gran revuelo entre los criadores del pueblo. Se instala la discusión para descubrir quién está cometiendo estos delitos. Pero la obra es más que la trama y, entonces, en los intercambios entre los personajes (actores, títeres de mesa y máscaras) lo que late es "nuestro ser nacional" (el de ayer y el de hoy), las pujas de poder, las dominaciones, lo que somos.


¿Cómo, desde la puesta en escena, contribuir a esa estupenda progresión temporal que nos permite "vivir" desde la platea una época que reúne lo que sabemos de los libros de historia, con lo que nos acucia cada día en este mundo tan distinto al de hace dos siglos? Aquí está el otro acierto: la elección del títere como intérprete para que se mueva en el dispositivo en comunión con los actores. Un personaje con dos cuerpos que actúan en sintonía y equilibrio (el de los muñecos y el de los actores).


Esta condición desdibuja la idea de que esta obra es "de títeres". En la puesta en escena creada por Troncoso la capacidad expresiva de los actores convive con la de los títeres, sin fagocitarse unos a otros sino por el contrario, dándole espesura a la interpretación global sobre la escena.


Hay aquí, como ya se vio en trabajos anteriores de este director ("Pluma y la tempestad", "El elixir de amor") una exploración en el Teatro de Objetos que tiene al títere y las máscaras como extensiones, espejos, dobles faces de la interpretación actoral. El efecto no puede ser más provocador e interesante.


A fines del siglo XX, en 1999, la compañía El Periférico de Objetos estrenó una puesta memorable: "Máquina Hamlet". Allí, como en esta puesta de "Poncho de verano", el títere, los muñecos, las máscaras operan como mímesis de los cuerpos (los actores, de los títeres, lo títeres de los actores). Así, pensar esta pieza teatral dirigida por Guillermo Troncoso con el simple rótulo de "espectáculo de títeres para adultos" es pasar por alto la complejidad de esta investigación de los cuerpos en el espacio-tiempo del dispositivo.



Pero lo notable del trabajo es que esta espesura de conceptos se traduce en una simpleza fresca, divertida, pícara y apropiada para todo espectador. Imposible disociar el eficaz y preciso trabajo de manipulación de objetos y actuación de los intérpretes (Moles, Deputat y Segreti); pues en ellos descansa esta condensación discursiva y narrativa.


El resto de los elementos escénicos (iluminación, utilería, escenografía, banda sonora) están direccionados a resaltar y acentuar las atmósferas y los climas que le permiten a la platea concentrar su atención en todo el recorrido; pues el discurso rítmico de los movimientos escénicos, las voces, los sonidos, las luces y los objetos cumplen con los momentos de tensión y distención necesarios para que surga el humor, lo dramático, lo íntimo, lo reflexivo. Aquí, la decisión de la música en vivo y la selección de texturas sonoras de Darío Soler (acentuadas en la percusión) es otro hallazgo contundente de la puesta.


"(...) la vigencia del criollismo popular se constata aún más entre las clases populares. Una investigadora observó recientemente la capacidad de las clases bajas salteñas de producir y preservar visiones propias sobre el pasado, asociadas al culto al gaucho, que se plantan en disidencia respecto de las historias oficiales y del tradicionalismo que impulsan las élites provinciales. Pero el ejemplo más impresionante hay que buscarlo en otro lado. En los noventa, se expandió con fuerza imparable por todo el país el culto

al Gauchito Gil", dice en otro tramo del libro aquí citado de Ezequiel Adamovsky. Es que el gaucho, el mate y el rancho de tierra (todos elementos que se lucen en la obra "Poncho de verano") son esos símbolos populares que nos definen (entre otros): para establecer comunión, contrastes o críticas.


Ese carácter imperecedero de los símbolos nacionales argentinos es la esencia de esta puesta en escena, y su eficaz reactualización la que nos brinda la posibilidad de emocionarnos, reír y pensar con ellos en lo que somos hoy: argentinos atravesados por la tecnología y el globalismo, con idénticas desigualdades y nociones de justicia.

Siempre es bueno mirarnos hacia adentro, cuando la invitación es de tal altura que nos permite crecer, pensar y esperanzarnos mejores respecto al pasado.


FICHA TÉCNICA

"Poncho de verano"

Dramaturgia: Sonnia de Monte

Dirección: Guillermo Troncoso

Actúan: Álvaro Maíz Moles, Antón Deputat y Lucas Segreti

Música en vivo: Darío Soler

Asistente de dirección: Aldana Dutto


Se pueden contratar funciones al teléfono 261 6632323








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